jueves, noviembre 22, 2007

Día 102, jueves

Lo tiene todo: 30 años, dos hijas, un ex esposo y un trabajo que casi odia. Le gustan los chicos jóvenes porque con ellos puede hablar de cualquier cosa. Es guapa y muchos chicos se estacionan junto al puesto de cafetal donde trabaja, en aquella universidad que lleva el nombre de un santo. A veces me la quedo mirando como si se me fuera la vida en ello. Cuando descansa la gente de Relaciones Públicas y Publicidad parece como si tuviera que convertirse en un pulpo. Tiene que preparar siete capuchinos y expresos a la vez (porque ellos sólo toman eso: capuchinos o expresos, aunque alguna chica puede pedir algún mocachino o algo así), calentar muchos triples y sándwiches de pollo, servir helados, preparar las cremas. Trabaja con un uniforme particular, por lo que una amiga no se equivoca al decir que siento especial atracción por las chicas que trabajan uniformadas en empleos que tienen que ver con la atención al cliente. De cualquier forma la veo trabajar y espero a que se desocupe un poco para poder abordarla y decirle: "Hola". La otra vez se despidió de mí dándome un beso en la boca. No fue precisamente en la boca, más bien fue uno de ésos besos que te dan las chicas en la comisura de los labios cuando les gustas de sobremanera y no pueden besarte en público. (Aunque no lo crean, sé lo que es eso, no poder besar a una chica en público, por muy variadas razones.) Lo que quiero decir es que por estos días me intriga el poder pasar horas enteras contemplándola trabajar y tratando de imaginar cómo será su vida privada. Lo triste que se debe sentir los fines de semana y las horas enteras que debe pasar en el micro camino a su casa, en Cieneguilla, leyendo el libro que le he prestado, de la autora a quien le debe su nombre.